lunes, 13 de enero de 2014
César, Loarque y el eterno Penny Lane
Cuando yo venía de la universidad, desde muchas casas arriba se podía escuchar los 3,000 decibeles del equipo de sonido de César Valenzuela y era axioma el que estuviera encalzonetado y acabado de despertar en la longevidad de la tarde.
César tenía un legendaria chooper, que se la pedíamos prestada para dar una vuelta y se la regresábamos a las 5 de la tarde, por lo que el crédito de barrio era eliminado de inmediato y uno pasaba de inmediato a la lista de los no gratos en el tema de las bicicletas.
Todo esto pasaba en la segunda calle de Loarque, era nuestro Penny Lane, allí hicimos algunas hermandades de por vida y algunas indiferencias para la eternidad, no hay persona con la que me ría más del prójimo y de nosotros mismos que con César, con vino o sin vino la plática puede durar, si no se tiene cuidado hasta el día siguiente y cuando nos juntamos le ha de dar escozor a las orejas de Nandi, Mon, Alejandro (Tricabezas), Fredy Casasola, Lex, Guillermo y muchos otros.
Por asociación, siempre que lo miro no dejo de acordarme de su sufrido vecino don Fernando, se desgañitaba gritándole que le bajara el volumen y la muerte lo sorprendió sin haber logrado que nunca le bajara al estéreo.
Después, por los azares del destino le daba clases de cálculo integral antes de irse al Curla a estudiar ingeniería, luego trabajaba en un banco sepultado en la memoria y después se convirtió en doctor y no se en que otras hierbas.
Lo que nunca cambia es su ácido sentido de humor y su carcajada batiente que de seguro le ha de molestar a don Fernando en el mas allá, era nuestra calle, nuestro humilde Penny Lane, un lugar obligado en la memoria y en la burla del destino y sus enredos.
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