He buscado en mi memoria y no encuentro el momento exacto en
que conocí al actor Mario Jaén, lo que si recuerdo claro son todas las veces
que lo he visto desplegar su intensidad de actor, maestro de la dramaturgia,
escritor sin la adicción del plagio y eterno doctor en la alegría, Mario ha
escrito memorables páginas en la historia del teatro nacional.
Fui a visitarlo a su cubil felino y sobre el libro de
Homero, en la esquina de la dramaturgia, donde tiene todos sus libros sobre ese
milenario oficio, habló largo y tendido del culpable de su amor al teatro, de
Aquiles, de Ulises y del drama diario que sube y baja por las montañas de la
patria.
Hace muchos años, cuando El Magnífico era Rector de la
Universidad montó una comedia en pantaloncillo cortos para ir a ver un eclipse a Amapala, no
aguantamos las ganas de burlarnos y montamos una obra que se llamó 1900 dónde
nos reíamos del siglo que estaba por venir y del desparpajo con que Ramos Soto, con las cañafístulas al aire y mujeres
paracas dando vivas a su nombre montó
tremendo papelón histórico.
Durante 7 días y más de 20 funciones en la Sala de
Teatro Padre Trino, cientos de
estudiantes se rieron con nuestro absurdo y casi nos declaran Non Gratos en la
UNAH, en una de las funciones Mario me presentó diciendo, -…con ustedes un cantautor de mucho peso-, las
risas no se hicieron esperar, cuando me tocó presentarlo le devolví el favor: -…con
ustedes el mundialmente desconocido Mario Jaén-, desde ese día por tácito
acuerdo, se prohibieron las chinitas en el escenario por lo cortopunzantes y
rápidas que eran, y porque entre licantros no es bueno andarse enseñando los
colmillos, ni mirándose la cola.
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