lunes, 10 de febrero de 2014
Jesús Lesmes, María Mercedes Arce Arrivillaga, Efraín Arrivillaga y la ecuación del olvido
Ha sido un día intenso, pero desde el sábado que encontré esta foto de Jesús Lesmes en donde aparecen también la artista, cantautora y bailarina María Arrivillaga y Antropólogo Efraín Arrivillaga, en los años tempranos de Colectivartes, no he visto el momento de desandar los pasos de la memoria para estrechar la mano del amigo.
A Jesús lo conocí cuando era el Productor de Guillermo Anderson y Colectivartes, y aunque hay una malsana intención de borrar su nombre de la historia de la música nacional y arrancarlo de los obeliscos de la mente y silenciar su memoria por una especie de hipócrita vergüenza, no quiero perder la oportunidad, este 10 de febrero del año del señor 2014, de recordar un poco su mano amiga, y su indispensable presencia en unos tiempos en que vender un artista era una misión hercúlea y mítica.
En aquellos años terribles de mi juventud, me sumé al proyecto de Guillermo Anderson y Colectivartes sin que nadie me invitara más que el permiso que me diera mi genuina admiración por el trabajo de Guillermo. Nuestra amistad comenzó con una hamburguesa en el puerto y una desvelada en la antigua sede de Colectivartes repasando un libro de mil canciones malas y dos buenas que siempre andaba en mi mochila, hasta muy tarde cantamos canciones como Magdalena Luz, la Página Urgente a Rubén, Círculo de trenes y otras que es mejor exiliar de la memoria.
Fue una honrosa oportunidad andar con el grupo de cerro en cerro y de hospedaje en hospedaje con diferentes shows de Anderson, viajamos hasta Nacaóme, dónde me tocó sacar un curso de 5 minutos de bajista, corrimos del sur al centro, del centro al norte, culebreando en la carretera y soñando que podíamos pescar algo de gloria ajena, conocí la Honduras que muchos no conocen y tuve novias en cada parada de bus, como buen marinero de tierra dulce que soy.
Cuando perdí mi trabajo, Jesús Lesmes me ayudaba con un sueldo simbólico, cuando no tenía que comer siempre estaba la mano urgente de Lesmes para saciar nuestra hambre mortal, en el camino siempre nos daba lecciones de solidaridad y entereza, recuerdo una noche en un restaurante modesto de San Pedro Sula, le llamó la atención a uno de los músicos por estar molestando a una de las meseras:-… ella está trabajando, así que te voy a pedir que la respetés si no querés vértelas conmigo-. En una ocasión en la Ceiba, golpeó hasta cansarse a un don Juán que se quiso pasar de listo con él.
Con la Fiesta en Bosque nos paseó por la Honduras profunda, yo manejaba el tigrillo y siempre me decía con cariño y benevolencia:-sos un maestro manejando el Tigrillo-, yo quería huir de mi casa, de la terrible ferocidad de mi padre y Jesús se convirtió, en ese padre, amigo y cómplice que todo muchacho busca.
Con lo años, Colectivartes cayó en la trampa de la era, manos oscuras quisieron y lograrlo destruirlo, y terrible día comenzó en la casa de Ricardo Martínezy sus intríngulis , gente codiciosa le llenó la cabeza a Guillermo de escenarios mundiales, paparazzis y autógrafos, el grupo se dividió y los odios comenzaron, el aquelarre de los lobos y las garras catrachas rompieron una época y nos pusieron unos contra otros, Colectivartes en ese entonces era el único grupo que era financiado por una ONG y sus músicos tenían sueldos y tiempo para ensayar y crear arte.
Cuando todo se vino abajo, Isolda Arita, Janeth Blanco y Jesús Lesmes heróicamente salvaron lo poco que quedaba, pero la muerte de Colectivartes estaba ya decidida. En el último viaje de regreso de Olanchito, Jesús Lesmes y Guillermo no podían con los anticuerpos, en la madrugada, cerca del Barrio Inglés, Jesús le ofreció golpes a Guillermo y este se perdió en la oscuridad de la noche para nunca más volverse a encontrar.
Nada le dolió más a Lesmes que esa separación, desde ese día, yo que soy Doctor en percibir la derrota, lo vi caer, mes a mes, lo miré perderse, la droga lo carcomía y lo volvía otra persona, con mucho dolor presencié su infortunio y trataba de ayudarle en todo lo que podía. En los últimos días, antes que sus grandes amigos parquearan una paila para saquear su apartamento, me vendió una grabadora Marantz quemada, me regaló su navaja suiza, una pipa, un cenicero con forma de Cráneo que a Susi no le gusta y con un almuerzo en mi casa en la Linton nos dejó la tristeza de su antepenúltima franqueza y solidaridad.
Semanas después, en una casa que alquilaba en la subida al Picacho, yo encontré una enigmática foto de Clementina Suarez, que entregué a Isolda Arita para la publicación del libro sobre la poetisa que una extranjera escribía, luego lo miré de manera esporádica, más demacrado, más derrotado, más perdido.
Finalmente, vivía en una casa en las lomas dónde había estado un canal de TV que dejó todos sus cachivaches al cuidado del español, era una casa inmensa llena de habitaciones y mierda, pero había logrado hacerla habitable y confortable.
Le perdí la pista, desapareció y mucho tiempo después recibí un correo de un amigo, que con ceñudo ojo lo había ubicado en la internet, en un arresto en el aeropuerto de Panamá con varias placas de cocaína. Cuando se supo esto, la foto se regó como la pólvora, y malditos fariseos que se echaron las líneas y los porros con él, se rasgaban la ropa condenándolo.
Hasta ahí supe de él, mandé unos correos a la comisaría en Panamá preguntando y me contestaron con la pregunta de ¿por qué tanto interés?, le perdí la pista y jamás supe nada de mi querido amigo.
En mi escritorio tengo lo único que se salvó del naufragio un cenicero de un busito volkswagen que fue despedazado y dilapidado por su mejor amigo para vender su lata al pie de la cruz del fracaso, de aquél español que vino a Honduras a ejercer la desconocida y jamás vista profesión de Productor, de calle en calle, en una bicicleta, de Guamilito azul hasta Cervecería y que llevó a Anderson desde el Festival Cervantino hasta el Memorial de Brasil.
Nunca pude resolver la ecuación del olvido querido Lesmes, por eso te traigo a mi memoria para agriar la vida de aquellos que te niegan y celebrar la amistad que en aquél cuarto del micro-clima me llevaba por los primeros fulgores de la mariguana y los escapes de la juventud.
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