Yo conocía al maestro cuando quiso ser Presidente, le había
picado el gusano de componer lo imposible, de hacer magia, de meter La Chimera
en la chistera; -Me lleva de fotógrafo a la Presidencial - , le bromeaba, y el celebraba
con esa risa limpia que tenía, una risa que nacía en las páginas de los libros
y en las aulas universitarias.
Cuando me lo encontraba, nunca traía cara de afluente del
Nilo, tenía el chiste a la mano, era su manera jocosa de comenzar lo serio,
creo que lo hacía para exorcizar la
terrible realidad de una patria casi perdida, entre legiones de cucarachas que
se conformaban con los falansterios del mall y la whooper. A partir de 1997 le tocó ponerse la guayabera de Diputado
pero reprobó el curso de “Tragar sapos sin hacer caritas”, sin embargo, eran memorables aquellas degollinas contra los perennes vejetes de
ideologías casposas que han representado el oscurantismo, la corrupción y la
ignorancia, le fascinaba enfrentarse contra sus mentes, ponerlos en evidencia,
empalarlos por la cabeza y demostrarles que estaban allí, no por sus
capacidades, sino, por una asombrosa y fatal máquina de corrupción que produce
corrupción.
A mi memoria viene aquella ocasión en que un Diputado le
acusó de ser un “innorante” y Matías con la frialdad del asesino académico en serie, le respondía: - no se dice “innorante”, se dice ignorante-. El diputado le
volvió a decir “innorante” y el Maestro que no aceptaba cucarachas más que en
los libros de Kafka, le repitió: - permítame,
honorable Diputado, no se dice “innorante”, se dice ignorante-, la escena
se repitió como un loop infernal hasta
que el Diputado, se dio cuenta que ya rato le estaban, no sólo tomando el pelo,
sino haciéndole un moño estúpido que se alcanzaba ver hasta el Paulaya. También
le daba retortijón mental los militares
y todo lo que oliera a esa
cavernaria y vertical manera de ver el mundo, su libro, “Los Deliberantes”, es a mi juicio, uno de los más completos
inventarios forenses del papel de la Fuerzas Armadas, en el naufragio que hoy
tenemos por nación y destapa en 422 páginas, las cañerías de aguas negras y
claras que unen a la clase gobernante con el poder militar en Honduras.
No tuve la dicha de que fuera mi maestro formal, pero
escuché de muchos, que sus clases eran memorables, como esa paleta rellena que
una madre nos compra en el Parque La Leona en un domingo eterno de nuestra
infancia, como un beso prohibido en el dintel de una puerta, como un abrazo de
padre bueno. A mis oídos llegaban las olas de sus ocurrencias, las hipérboles
magníficas de lo que decía en las aulas, cifras ya aumentadas por el ruido de
la calle, refranes adulterados y en adulterio, ya en boca de los que comenzaban
a maravillarse de las realidades que el maestro mostraba en sus actos de magia. Cuando hablaba de Morazán y Valle, su rostro se iluminaba, a
todos nos parecía que nos contaba de algún héroe del barrio, de algún muchacho que
se batió contra las siete cabezas de la Hidra de Lerna. Nos contaba de un
héroe, real, de carne y hueso, tan condensado y soñado, que su ejemplo servía,
tanto para hacer el bien como el mal; nos decía como Sócrates, “que
aprender es acordarse de nuevo”.
Fue una gran mente Matías, y como enciclopedista de una era y humorista pedagógico, el agujero que deja en
nuestras almas es grande, estábamos tranquilos, porque en la cocina de la
patria, el que mataba las cucarachas era él, con la puntería de una madre, le
atinaba la chancleta, y cuando agarraba la elegancia de la rabia, tirios y
troyanos escondían la cabeza para que el filo de sus palabras no les atinara a
sus testas malintencionadas. Formalmente, se fue, no tuve el agrado del último chiste,
del último consejo. En la orilla, en ese borde difuso donde la luz termina y la oscuridad comienza, las alimañas
comienzan a moverse, patas grasosas y antenas perturban la frontera, el amigo
gigante se ha marchado, el creador de la “Patastera Ideológica” ya no está, el
dador de nombres desapareció, ya no hay busilis, los bicharracos pueden pasear
como cucaracha en Kafka.
Yeco 7 de marzo 2015
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