lunes, 13 de abril de 2015

Matías Funes o toda dictadura comienza con la muerte de un Cicerón.




Yo conocía al maestro cuando quiso ser Presidente, le había picado el gusano de componer lo imposible, de hacer magia, de meter La Chimera en la chistera;  -Me lleva de fotógrafo a la Presidencial - , le bromeaba, y el celebraba con esa risa limpia que tenía, una risa que nacía en las páginas de los libros y en las  aulas universitarias.

Cuando me lo encontraba, nunca traía cara de afluente del Nilo, tenía el chiste a la mano, era su manera jocosa de comenzar lo serio, creo que lo hacía para exorcizar  la terrible realidad de una patria casi perdida, entre legiones de cucarachas que se conformaban con los falansterios del mall y la whooper. A partir de 1997 le tocó ponerse la guayabera de Diputado pero reprobó el curso de Tragar sapos sin hacer caritas”,  sin embargo,  eran memorables aquellas  degollinas contra los perennes vejetes de ideologías casposas que han representado el oscurantismo, la corrupción y la ignorancia, le fascinaba enfrentarse contra sus mentes, ponerlos en evidencia, empalarlos por la cabeza y demostrarles que estaban allí, no por sus capacidades, sino, por una asombrosa y fatal máquina de corrupción que produce corrupción.

A mi memoria viene aquella ocasión en que un Diputado le acusó de ser un “innorante” y Matías con la frialdad del asesino académico en serie, le respondía: - no se dice “innorante”, se dice ignorante-. El diputado le volvió a decir “innorante” y el Maestro que no aceptaba cucarachas más que en los libros de Kafka, le repitió: - permítame, honorable Diputado, no se dice “innorante”, se dice ignorante-, la escena se repitió como un loop infernal  hasta que el Diputado, se dio cuenta que ya rato le estaban, no sólo tomando el pelo, sino haciéndole un moño estúpido que se alcanzaba ver hasta el Paulaya. También le daba retortijón mental los militares  y todo lo que oliera  a esa cavernaria y vertical manera de ver el mundo, su libro, “Los Deliberantes”, es a mi juicio, uno de los más completos inventarios forenses del papel de la Fuerzas Armadas, en el naufragio que hoy tenemos por nación y destapa en 422 páginas, las cañerías de aguas negras y claras que unen a la clase gobernante con el poder militar en Honduras.

No tuve la dicha de que fuera mi maestro formal, pero escuché de muchos, que sus clases eran memorables, como esa paleta rellena que una madre nos compra en el Parque La Leona en un domingo eterno de nuestra infancia, como un beso prohibido en el dintel de una puerta, como un abrazo de padre bueno. A mis oídos llegaban las olas de sus ocurrencias, las hipérboles magníficas de lo que decía en las aulas, cifras ya aumentadas por el ruido de la calle, refranes adulterados y en adulterio, ya en boca de los que comenzaban a maravillarse de las realidades que el maestro mostraba en sus actos de magia. Cuando hablaba de Morazán y Valle, su rostro se iluminaba, a todos nos parecía que nos contaba de algún héroe del barrio, de algún muchacho que se batió contra las siete cabezas de la Hidra de Lerna. Nos contaba de un héroe, real, de carne y hueso, tan condensado y soñado, que su ejemplo servía, tanto para hacer el bien como el mal; nos decía como Sócrates, “que aprender es acordarse de nuevo”.

Fue una gran mente Matías, y como enciclopedista de una era  y humorista pedagógico, el agujero que deja en nuestras almas es grande, estábamos tranquilos, porque en la cocina de la patria, el que mataba las cucarachas era él, con la puntería de una madre, le atinaba la chancleta, y cuando agarraba la elegancia de la rabia, tirios y troyanos escondían la cabeza para que el filo de sus palabras no les atinara a sus testas malintencionadas. Formalmente, se fue, no tuve el agrado del último chiste, del último consejo. En la orilla, en ese borde difuso donde la luz termina  y la oscuridad comienza, las alimañas comienzan a moverse, patas grasosas y antenas perturban la frontera, el amigo gigante se ha marchado, el creador de la “Patastera Ideológica” ya no está, el dador de nombres desapareció, ya no hay busilis, los bicharracos pueden pasear como cucaracha en Kafka.

Yeco 7 de marzo 2015

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