No entres dócilmente en esa buena noche,
que al final del día debería la vejez arder y delirar;
Enfurécete, enfurécete ante la muerte de la luz.
que al final del día debería la vejez arder y delirar;
Enfurécete, enfurécete ante la muerte de la luz.
Aunque los sabios entienden al final que la oscuridad es lo correcto,
como a su verbo ningún rayo ha confiado vigor,
no entran dócilmente en esa buena noche.
Llorando los hombres buenos, al llegar la última ola
por el brillo con que sus frágiles obras pudieron haber danzado
en una verde bahía, se enfurecen, se enfurecen ante la muerte de la luz.
Y los locos, que al sol cogieron al vuelo en sus cantares,
y advierten, demasiado tarde, la ofensa que le hacían,
no entran dócilmente en esa buena noche.
Y los hombres graves, que cerca de la muerte con la vista que se apaga ven que esos ojos ciegos pudieron brillar como meteoros
y ser alegres, se enfurecen, se enfurecen ante la muerte de la luz.
y ser alegres, se enfurecen, se enfurecen ante la muerte de la luz.
Y tú, padre mio, allá en tu cima triste,
maldíceme o bendíceme con tus fieras lágrimas, lo ruego.
No entres dócilmente en esa buena noche.
Enfurécete, enfurécete ante la muerte de la luz.
Dylan Thomas
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