El 15 de mayo del 2009, pocos
días antes del golpe de estado contra Manuel Zelaya, se estrenaba sin que para
los hondureños significara nada, la película "Sin nombre" de Cary Fukunaga, una
película producida por Diego Luna y Gaél García Bernal que explora ese viaje
maldito en busca del vellocino de oro que millones de latino américanos
emprenden hacia el norte.
De la película , el Philadelphia Inquirer dijo que era una
cinta “dura y hermosa”, el USA Today “dolorosa y poderosa” y el Washington Post de “fàbula emocionante
y elegante por partes iguales, tragedia shakesperiana, neo-western y cinta
mafiosa, sin pretender ser de esos géneros”.
Un película, políticamente
radical, que Fukunaga niega vehementemente que haya sido escrita con ese fin,
pero como comenta Joseph Nevins , presenta
un retrato compasivo de un viaje que tiene muchas perspectivas, y que leyendo su artículo me hace ver más
allá de esta mirada miope pero válida del premiado director.
Fuera de la moserga de la
fotografía, la música, el guión y los estereotipos superficiales de Fukunaga ,
me llamó mucho la atención Edgardo
Flores, que sin ninguna formación de actuación, ni rancio abolengo actoral caracteriza uno de los estereotipos del film
con una solvencia sorprendente.
Hace unos meses, muy temprano,
me intrigó verlo sentado en un muro, en la entrada de un supermercado, en la
salida del sur, allí estaba, el actor nacional que sorprendió a los cinéfilos
del Festival de Sundace el 18 de enero del 2009.
Quise hablar con él en primer
plano y conocerlo de cerca, un joven sencillo, sin grandes pretenciones, salido
de los talleres de pintura de los barrios
de Comayaguela y que trabajó bajo la dirección de la cineasta Katia Lara
en los comerciales sobre la fatídica 4ta Urna del Gobierno de Zelaya.
Le pregunté el por qué se
quedó acá, en este lugar sin Dios, si llegó hasta el Festival de Cine
Independiente de Sundace y recibió un premio por su actuación por la en Estocolmo, me reveló que cuando se preparaba para salir y cambiar su vida
los acontecimientos del 28 de junio le cerraron en la cara las puertas del
futuro.
-Ese maldito Golpe-, le
comenté, -fue una tragedia para muchos y
un -golpe de suerte para otros muchos-
que vieron en el torbellino la oportunidad de hincarle los dientes a jugosos
fondos en nombre del charanguito venceremos
y la “boinita calada del che”, y ni hablar de los demás, los que sólo
tienen por madre un abogado, dos brazos derechos, y por Dios y Virgen : una
whooper con extra queso.
Hablamos de cine nacional, de
la calidad fresca que los estudiantes de Unitec están logrando, de Cuentos
y Leyendas de Honduras, la cual espero
no sea una “película de sustos” aunque lo dudo; de la falta, más de ideas que
de tecnología, de la anorexia de alma de las agencias creativas sin fe en la
creatividad y la proliferación de criterios creativos idiotas y por supuesto,
el viacrucis existencial del apóstol del
arte que quiere vivir de lo que hace.
Después de la sesión de
fotografía, lo dejé en el centro, y casi al instante se perdió camino del
difunto Cine Clámer, -es duro se hondureño-, pensé, -y es más duro para
aquellos que brillan en un lugar dónde casi
nadie mira “los muertos que alumbran el camino”, como acertadamente canta Silvio-.
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