martes, 4 de noviembre de 2014

Agosto es un buen mes para volver a nacer



Después de una cirugía tan larga como una deuda en Elektra, me sacaron amarrado del quirófano, allí estaba mi amada esposa y mi amigo Juan. Casi me tumba ese tumor, pero me regaló 21 días del ice bucket más helado que jamás pude recibir, 21 días deliciosos como para escribir un guión y ganarle por una letra a Woody Allen. Mis compañeros fueron un viejo que me recibió en la noche en que asfixiaba, con un charco de mierda que nadie quería limpiar, un puberto motociclista  con un hoyo en su pierna, un aspirante a Leonardo D´Caprio que se había partido la mandíbula al hacer la pasada del Titanic con el segundo frente; un hombre al que quemaron con gasolina por deber 100 lempiras y a quién cariñosamente los internos en la posada del fracaso le llamamos Chucky el muñeco diabólico; un labrador serio del sur, con la cabeza partida y la oreja colgada de machetazo y venganza y un garífuna llamado Celio, con quién teníamos en común la coincidencia marchita  de haber probado la celestial Sopa Marinera que Pluggsy preparaba en aquella Ceiba gris de mar y melancolía.

El recuerdo más maravilloso que tengo de esos días, fue el sonido de los tacones de un travesti que cruzaba el puente antes de La Colonia en la madrugada, era una escena como sacada de una película de Buñuel, era el gif animado  de Hiroshima Moun Amor, un silencio mortal, un instante post atómico, solo cortado por la navaja de los tacones de un falso rubio.

Durante esos días, la muerte llegaba y se llevaba a quién quería, pastores venían a hacer su numerito, pero la parca amarilla no aceptaba ningún acuerdo de pago, gendarmes con sueño velaban el sueño de un violador esposado a la cama, enfermeras encabronadas con la muerte que sólo ensucia los platos pero jamás los lava, iban puyando, en venganza, piernas, brazos, dedos y culos.

Me llevaban y me traían sin piedad por pasillos llenos de gente ataviada de dolor, me pusieron más agujas que a un muñeco de vudu y vagaba ebrio de antibióticos con una bolsa para orinar colgando fuera de la cintura.

A las 4 de la mañana me bañaba, en una  soledad más sola que la del Dr. Mario Zelaya en el batallón, hacía mi cama y me sentaba a pensar en mis hijos, en Susy y en todo el tiempo que he desperdiciado apostándole al caballo de la infelicidad.

Antes del 21 de agosto de ese Año del Gato, me daba por muerto, misteriosas puertas se abrieron y me vi en medio de un montón de médicos gringos, me escapé del carnicero cantor; Malena, vestida como diosa, me llevó del brazo a un quirófano azul, un gringo viejo y sabio me dijo que no volvería a sentir un beso, y una gringa de ojos azules me susurró que por las miserables dudas, había llegado la hora de ponerse claro con el santísimo.

Gracias Dr. Luis Gonzales, pero qué puedo darle yo, si el poeta es usted.







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