jueves, 27 de marzo de 2014
Quirófano 3
Esta sesión de fotos la tomé meses antes de mi operación, era bastante incómodo ir al hospital con un tumor en la cara y percibir las miradas de los médicos y las ganas de preguntar porque andaba semejante maldición en el rostro. Todavía hoy, no comprendo como llegué a ese extremo de la soga, y después de las 11 horas de quirófano el 21 de agosto del 2013 y los 21 días que pasé en esa habitación, no entiendo como entré en ese laberinto y mucho menos las circunstancias por las que salí con vida de él.
La ayuda era tan lejana que casi me había dado por vencido y naufragado. Mirando televisión el fin de semana observaba a Cherefant de canal en canal pidiendo dinero para su fundación, recuerdo lo antitético que me trató, lo miserable de su trato médico que llegó hasta el grado de ni siquiera examinarme, cómo trató mi padecer de una manera banal y estúpida, y como me tuve que calar su númerito morboso de la música clásica y su atestada clínica llena hasta el topete de cuadros y de cucarachas corriendo entre ellos; la primera vez que llegué a ese lugar, me asombró la cantidad de pacientes, pero los despacha con una velocidad de tienda de comida rápida.
Cometiendo un exceso, como canta Sabina, me mandó para la calle con el número de un payaso que vende prótesis como bultos de ropa usada y la frase de competencia de carnicería:"yo he extirpado cosas más grandes que esa", todavía estoy a la espera que el vendedor de prótesis me devuelva la llamada que me prometió.
Me temblaba la mano cuando los presentadores habilitaban el teléfono para llamar y ponerlo en aprietos. Me pregunto para qué necesita una fundación, aunque es estúpido que me den la respuesta.
De todas formas estamos en Honduras, nadie se prestigia, ni se desprestigia, hoy anda huyendo el ex-director del Seguro, mañana le harán una estatua ecuestre, de todas maneras mi alma no puede con las gracias; a la Dra. Palou, a la Dra. Rutilia Calderón, al Dr. Luis Gonzáles, a la Dra. Ochoa, al Dr. Fúnez, a las enfermeras que no se sus nombres, a los malditos pastores que llegan a torturar a los pacientes los domingos; seguro van a arder en el infierno, a la doctora norteamericana que tomó mi mano y me convidó a orar, a los médicos de la brigada de Estados Unidos que no sé sus nombres y sobre todo a mi esposa, que jamás se separó de mi lado y que sentada sobre el piso esperó la eternidad para verme salir vivo o muerto.
Cada vez que abrazo a mis hijos, nombro en mi mente sus nombres, por ellos estoy aquí, nada más que por ellos.
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