lunes, 20 de octubre de 2014
Las mil y una Eva.
Fue difícil tener un momento para conversar con Eva, asediada por la familia, por los admiradores y por los medios que que no dimensionan su verdadera altura, y cuyas entrevistas se encuadran en la medida estándar del periodismo nacional, "Un océano de largo, por un milímetro de profundidad".
Yo conocí a Eva en la casa de su madre, durante mi estancia en Sevilla en el 92, una mujer a quién le guardo especial cariño por su fineza y hospitalidad, en especial con los hondureños náufragos que en ese entonces estábamos en esa hermosa ciudad, recuerdo que Eva era una niña y nos cantó en esa velada un par de sevillanas.
Muchos años después, durante una visita a Tegucigalpa, en un ensayo en la casa de Camilo Corea, en la que estaba el bajista Carlos Umaña y Karla Lara, me quedó mirando seria y me preguntó: ¿Verdad que estuviste en la casa de mi madre en Sevilla? y comprobé en ese instante la teoría de los 6 grados de Frigyes y su cuento Chains.
El concierto de Eva fue accidentado, tuvo que luchar con la acústica imposible de los salones del Honduras Maya, y por si fuera poco, contra el sistema de audio, por lo que graciosamente se cumplió lo que siempre pasa en estos lares, no importa cuánto ensayés , cualquier esquema está sujeto a la tenebrosa Ley de Murphy.
El concierto lo abrió Shirley Paz, con un grupo muy sólido y con temas bastante densos, me encantó mucho la versión de Maquerade, aquella legendaria canción de Leon Russell, que George Benson llevara al más alto performer en su álbum Breezin' grabado en 1976, número 10 de las 100 calientes de Billboard y Grammy como mejor canción al siguiente año. Gracias a la fineza de Manuel Vásquez, su hermano y manager, estuvimos junto a Camilo Corea en un buen punto, en medio de gente más prendida del wasap que de lo que estaba sucediendo al frente. El comienzo fue duro, y pudimos ver las rostros de sorpresa de los músicos al comprobar que el largo seteo del audio durante la tarde no correspondía en nada a lo que estaba pasando, la cosa me recordó aquél guitarrista encabronado que acompañó a Katia Cardenal en el Teatro Manuel Bonilla y el momento en que desconectaba abruptamente su guitarra al cansarse de la improvisación del Ingeniero de Sonido del Teatro, pero Eva, una artista de muchas tablas, lo manejó de una manera profesional y hasta se dio la licencia de llamarle la atención a la gente del sonido para que cumplieran con su trabajo.
Las cosas mejoraron, pero el sonido no dejó de ser errático, el pianista Romain Collin, a quién Jon Weber describe como "Un extraordinario compositor y una de las nacientes estrellas del mundo del jazz" sonó mezquino, había momentos en que el piano no se escuchaba, en cuanto al bajista Alex Apolo Ayala, que fue el que salió más al frente, mostró un estupendo trabajo con el contrabajo, a pesar que desde un inicio notamos la dificultad que le presentaba el instrumento. Con Amaury Acosta, a pesar de que su instrumento, como Dios, está por encima de todo, no transmitía solidez porque evidentemente, los errores en el monitoreo, afectaban la sinergía del cuarteto, con él, tuvimos una agradable conversación antes del concierto, en la que estuvieron el pianista Rudy Thomson y Camilo Corea, como es de esperarse de un músico cubano, parecía que ya nos conocíamos, Camilo y Ruddy dispararon y el famoso percusionista que ha tocado con músicos como Paquito D'Rivera e Israel "Cachao" nos dejó una agradable impresión de humildad y conocimiento.
El trabajo de Eva, es bastante pesado y denso, pero al final triunfó y dominó al público nacional y su wasap; con sencillez pasó del inglés, al francés y de este al español, e incluyó en su repertorio el delicado tema de Belisario Romero "Puñadito de Arena" que nos llenó de honda patria a todos.
Al día siguiente, fui con mi hijo Pablo a despedirme de ella, hablamos unos minutos y le tomé esta foto, junto a ese piano que muere dolorosamente de carcoma y polvo, y que el pianista Rudy Thomson le devuelve la vida todos los días a partir de la una de la tarde.
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