miércoles, 11 de junio de 2014
Roberto Chico, el hacedor de música.
La primera vez que miré a Roberto, fue en los días de universidad, estaba tocando una guitarra que tenía una calcomanía de los Marine Corps. Como siempre me ha incomodado ver en los instrumentos calcomanías, sean estas de I Love Jesus o de los Marines lo primero que me vino a la cabeza fue la pregunta de como alguien le podía poner una calcomanía a una guitarra, de todas maneras, desde el primer instante me capturó con su sonido y técnica, se me olvido la infame pegatina, y desde ese día tuve el honor de su amistad y la admiración por su inmenso talento.
Roberto es un monstruo de la música, un inagotable vaso lleno de canciones y con el tiempo me he dado cuenta que ese número inmenso de temas no obedece a alguna terrible carrera de acumular canciones o romperle el record al autor de "Adelante Selección", lo hace porque la vida y el tiempo para componer buena música siempre le ha quedado corto a Roberto por eso lucha para ser menos ingeniero y más músico, y termina siendo padre de bellos temas y exquisitos solos.
Por la puerta de su amistad he conocido grandes músicos como el batero René, o el monstruo de Fabián Lobo, Jose Luis Suazo y la querida y admirada Gabriela Gálvez, quien nos abrió las puertas de su legendario estudio en las gradas de La Fuente para grabar varios discos y recuerdos. Los amigos que le he presentado, han sido los más viles traidores, recuerdo que una tarde llevé a Gerardo Martínez a la casa del percusionista Oscar García para que conociera a Oscar y a Chico y no volví a ver al muy pez hasta 10 discos después.
La música nacional le debe mucho a Roberto Chico, en la niebla de Requiem, el Pez o Pez Luna la guitarra y la composición de Chico es invicta y prístina, nunca sabré a ciencia cierta hasta donde llega la influencia de este músico en el escenario nacional, pero lo que sí sé es que tuve el privilegio de escucharle.
Hoy me vino a dejar su nuevo disco y como una conspiradora araña lo capture para el tiempo y el espacio, sentate allí, le dije, monté un par de luces, desenvainé la cámara y le hice algunas fotos.
Se despidió a su oficio de ingeniero y cuando lo vi desaparecer en la luz del final del pasillo, pensé:
Seguro va tarareando alguna canción que sacó de la chistera de la mente para que se quede en la musculatura del corazón.
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