martes, 8 de abril de 2014
Fabricio y los cuadernos de la cárcel.
Yo siempre lo conocí poeta, desde antes de Casa Tomada, desde antes de Paradiso, desde antes de Sabanagrande, desde antes de conocerlo.
Habla y hace poesía, toma fotos y captura las palabras de la imagen, al igual que Rubén Izaguirre, ha sido parte de la poesía joven que nació adulta en una tierra donde las palabras son fantasmas que penan.
Los viejos poetas tuvieron que tragar amargo, las vacas sagradas del parnaso tuvieron mugir de otra manera, los estafadores del verbo y los amigos de las musas ajenas tuvieron que asimilarlo como compañero de viaje. Ninguna palabra quedó a salvo y ninguna calle se ha fugado de su inventario poético.
Se que muchos quisieran juzgarlo como a Gramsci y susurrarle al juez la necesidad imperiosa de que esa mente no funcione en los próximos 20 años, pero se jodieron, la poesía de Fabricio, el que vino del sur, el que toma fotos en blanco y negro, vino para sembrarse, crecer y dar fruto.
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