viernes, 20 de febrero de 2015

Dime con qué monstruo andas o la segunda es la vencida.






-Fijate en los créditos siempre- , me dijo mi amigo de barrio y mentor en el camino y profesión del melómano musical Jorge Agurcia, -los monstruos tocan sólo con monstruos-, y esas palabras, las adopté como un dogma para la música, así llegué a lugares insospechados y discos remotos más allá de Narnia y de la tierra media.

La primera vez que escuché Joy Spring, fue en el disco tributo de Arturo Sandoval, lo compre en una tienda de discos cerca de un cine en San Pedro Sula, me impresionó lo pristino del tributo hecho por este trompetista cubano. Después de un fin de semana de escucharlo, pasé a la búsqueda, como el “perseguidor” de Cortazar del misterio de Clifford Brown, un músico norteamericano que brilló en el bebop y el hardbop y que tuvo su propia nube para hablar y tocar a la misma altura de Dizzy.
Dos veces, y la segunda fue la vencida, la muerte lo llamó desde un carro, pero esta vez, la parca aprovechó para llevárselo con el pianista Richie Powell y su esposa. Fue corta su existencia, pero los trazos de su genialidad están hasta en los discos de aquellos que se empecinaron en negarlo rotundamente. El mismo Miles Davis, en sus grabaciones en los 50, quedó endeudado con este trompetista que jamás debió montarse a un carro.
Siguiendo la pista de esta canción llegué a Cesar Camargo y a Romero Lubambo. El primero por Elis Regina y el segundo por la interminable lista de colaboraciones que van desde Herbie Man, el gato Barbieri, Harry Belafonte y miles de etcéteras.
Buscando una versión hace ya un tiempo de Joy Spring, me encontré esta bello performer de dos genios de la música brasileña, una versión que vence la muerte, un eco que viene del pasado y nos muestra un fragmento del alma de Clifford Brown.

Donde la patastera da ciruelas.



Recuerdo el día de las elecciones, en medio del ruido de la ¨Tiranía Esclarecida¨, los buses llenos de gente que había vendido su voto por un arroz chino o 500 lempiras, los activistas metiéndose a la fuerza a las aulas para asegurarse de los votos de de sus activistas comprados, las matronas violentas de la mancha brava repartiendo con una lista ¨la cahureca¨, los inspectores del TNE desarrollando su pantomima y los observadores internacionales con sus chalecos de payaso, para certificar lo que la clase dominante llama, la alternabilidad del poder.

Pero recuerdo, gente digna, ancianos que llegaban con sus banderas de Libre, gente que pregonaba nuevos tiempos, nuevos vientos, nuevas estrellas mechándose contra el viento, como bien lo canta Silvio Rodríguez, ese día, comentábamos, que le había llegado la hora a los del color azul, mente azul y heces color azul, con la candidez del idiota o del Profeta con acento brasileño de Pare de Sufrir, nos engañamos a nosotros mismos.

Por eso siempre admiré a Matias Funez, cuando la UD comenzó a oler a excremento político y la patastera ideológica comenzó a dar ciruelas en lugar de patastes, él se fue, nunca le gustaron las cucarachas, y como no las mataba con chancletas, sino con argumentos, lo odiaron siempre.

Pero qué hacer ahora, en que la patastera ideológica de Libre, se vuelve contra los que, ese día, largo y lleno de luz, fueron a votar por ellos, que hacer con estos aprendices de Judas, con estos Tartufos Políticos que se mueren por ese pase maravilloso al spa de la ¨Tiranía Esclarecida¨.

Son preguntas que al parecer no tienen respuestas, creo que por ahora, seguiremos estando en el paìs del futuro, hasta que un golpe de suerte, de pijama o de locura, cambie las cosas.

Optaré por el curso para ser feliz de Boris Yelikof, jugar ajedrez con zombis, hacer un inventario de cuantos personajes de Faulkner miro al día y jamás, me permitré de nuevo la esperanza ni la fe en santos que orinan, fornican y trasnochan. Enterraré al pigmalión que llevo dentro, y abandonaré la esperanza de la democracia.

Mi abuela decìa que la esperanza es un vicio que te lleva a la tumba.

lunes, 9 de febrero de 2015